3 de junio de 2017

...Y DESPUÉS...



Me siento decepcionada, triste, no puedo soportar la idea, sólo la idea, de que será muy difícil —tal vez imposible— que los hermanos volvamos a reunirnos, a encontrarnos y conocernos algo más.
Alguna vez dije que mamá resistía para que nosotros, sus hijos, nos uniéramos, nos sintiéramos como una familia… Pero no ha sido así.
Se han abierto heridas, cicatrices que apenas se notaban volvieron a sangrar.

Lamento haber estallado la tarde en que se nos fue la madre, y estallé sin remedio creo que por el ambiente espeso y negativo que en ciertos momentos se respiraba. Me parecía una falta de respeto para mi madre muerta, que alguien hablara de algo que decía que le pertenecía porque ELLA, ya en el cielo, le había dicho que se lo dejaría a uno de sus hijos.
La sospecha, el vacío, las conversaciones aparte y el silencio atento de varios de los presentes, me enervaron.


Algo se fraguaba y yo no sabía qué. Cuando por fin, bastantes días después de la pérdida de mamá, me enteré de cosas que me parecen innombrables —por respeto a ella— me invadió una profunda tristeza que aún no quiere salir de mí. Es penoso, duele y deja sin sentido la esperanza de volver a juntarnos todos alguna vez. Y es posible que sí, que volvamos a vernos: espero que no sea para otro funeral. Es una idea que no resisto. De once, ahora quedamos ocho. Y yo no quiero ver desfilar a otro hermano o hermana —somos seis y ellos dos— camino del camposanto. 
Dios no lo quiera.