24 de junio de 2011

Vampiros afectivos ©



La antigua estrategia del victimismo es terriblemente efectiva y dañina; la víctima y el verdugo se confunden. Son tantas las personas que son víctimas del victimismo (valga la redundancia) que llegan a sentirse culpables durante toda su vida, es decir: se sienten y se creen verdugos.

La táctica del vampiro afectivo, muchas veces inconsciente, aunque la mayoría de ellas a plena conciencia, es hacer que otros se sientan culpables. De lo que sea: de la tristeza, de su enfado, del fracaso, de ser en realidad, alguien humano y con miserias humanas. Es una cadena sutil que como un sedal invisible ata las muñecas y tobillos del “verdugo”, que no se sabe víctima de un vampirismo afectivo que le hace sentirse obligado a depender de la presunta víctima, cuando realmente es el supuesto culpabilizado y “culpable” quien se ve obligado por sí mismo, inducido por el sentimiento de culpa transferido, a ser el dependiente.

Los que ejercen el victimismo normalmente aparentan una debilidad tanto física como afectiva. Recurren al llanto, al reproche solapado, nunca dicen con claridad que los otros “son culpables”. Es más sutil que eso: hacen que se sientan culpables. Son avezados parásitos de conciencias ajenas dominadas por el perfecto ejercicio del victimismo.
En principio, las quejas, el silencio y el rostro apenado, miradas hacia el suelo, apatía y suspiros. Si eso no resulta, el pataleo, la crisis e incluso el chantaje moral expresando de manera dramática lo mal que se sienten por la actitud del ‘verdugo’.
Llega un momento en que el objeto del chantaje se siente culpable y en débito eterno con el supuesto dañado: la “víctima”, quien consigue que los demás se sientan culpables y, al fin, verdugos, lo que hace que se conviertan en esclavos inconscientes de la supuesta víctima.

La dependencia va en aumento, la mala conciencia — errónea — trabaja en contra del autorreconocido ‘verdugo’. La víctima, triunfante, se mostrará condescendiente, consolará a su verdugo, haciendo que siga sintiendo e incrementando su asumida culpabilidad y se resigne a someterse a su voluntad. Si no abre los ojos, si nadie le hace ver la verdad, la realidad y la insidiosa estrategia de la “víctima”, jamás será una persona libre.

Ejerciendo el papel público de fuerte, es el débil y sometido. La “víctima”, públicamente, lo seguirá siendo, aunque en su fuero interno sepa a la perfección que en verdad es apariencia. Pero ésta condiciona, crea partidarios; es compadecida, y el esclavo-verdugo denostado por la mayoría, incluído su yo íntimo. Es la peor de las servidumbres, ser esclavo de un vampiro afectivo que exige, se ‘alimenta’ a costa del otro y es incapar de dar o darse.
Existe una vacuna contra el victimismo y el trueque falso de roles: hacer un análisis profundo y objetivo, descubrir que se está siendo objeto de un chantaje y negarse a él a pesar de los continuos intentos de la “víctima”. Ésta, al no conseguir los resultados pretendidos, descubre su verdadera intención, su personalidad sale con ímpetu y reacciona violentamente, de palabra o de obra, y el odio surge al sentirse descubierta.

Merece la pena descubrir que no se es verdugo y empezar a sentirse libre, a pesar de tener entonces que asumir la realidad, a sentir la indiferencia dolorosa por quien ejerció de víctima, con riesgo de sentir un irremediable resquemor hacia quien laceró su espíritu y lo dejó tatuado, degradando su autoestima: el auténtico verdugo.


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